- Basta ya de llorar.
- Es que no puedo soportar la idea de no verlo nunca más.
El ángel le respondió:
- ¿Lo quieres ver?
La madre respondió afirmativamente. Entonces el ángel la
agarró de la mano y la subió al cielo.
- Ahora lo vas a ver, quédate acá.
Por una acera enorme comenzaron a pasar un montón de jóvenes, vestidos como
ángeles, con sus ropas muy blancas y una vela encendida entre las manos.
La madre dijo:
- ¿Quiénes son?
Y el ángel respondió:
- Éstos son los jóvenes que han muerto en estos años y todos los días
hacen este paseo con nosotros, porque son puros.
- ¿Mi hijo está entre ellos?
- Sí, ahora lo vas a ver.
Y pasaron cientos y cientos de jóvenes y niños.
- Ahí viene, le avisa el ángel.
La madre lo ve ¡radiante!, como lo recordaba. Pero hay algo que la
conmueve: entre todos es el único joven que tiene la vela apagada, y ella
siente una enorme pena y una terrible congoja por su hijo. En ese
momento el joven la ve, viene corriendo y se abraza a ella.
La madre abraza a su hijo con fuerza y le dice:
- Hijo, ¿por qué tu vela no tiene luz? ¿No encienden tu vela como a los
demás?
- Sí mamá, cada mañana encienden mi vela igual que la de los demás
jóvenes. Pero, ¿sabes qué pasa mamá? Cada noche tus lágrimas apagan la mía.
Por favor, deja que mi luz siga encendida mamá.
una hermosa reflexión sobre el apego,gracias
ResponderBorrarReconfortante, una manera de aliviar la pena.
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