miércoles, 11 de febrero de 2015

Seguiré disfrutando, cada día y cada minuto, como si fueran los últimos”



He decidido que la tercera edad, es un regalo.
Probablemente por primera vez en mi vida, es ahora cuando soy la persona que siempre quise ser.

A veces me desespera mi cuerpo, los achaques de la edad, el cabello blanco, la piel arrugada y reconozco que con frecuencia me sorprende esa persona que veo reflejada en mi espejo, pero aunque me veo cada día más viejo, no me echo a llorar.

Al envejecer me he vuelto más amable y menos crítico conmigo y los demás. Me he dado cuenta de que tengo más amigos.
He visto a muchos seres queridos partir de este mundo antes de entender la libertad que proporciona la vejez, será por eso que ahora me siento con derecho a comer de más y a ser un poco más desordenado y extravagante.

¿A quién le importa si me dan ganas de leer o jugar en la computadora hasta las cuatro de la mañana y luego dormir hasta el mediodía?… O si bailo con los brazos cruzados esas maravillosas melodías de los años sesenta mientras rueda por mi mejilla una lágrima por un amor que creía olvidado… O si recorro la playa en traje de baño y me zambullo en las olas a pesar de las miradas de las jovencitas… Ellas también, si Dios se lo permite, estarán algún día atravesando esta etapa de la vida.

Me he vuelto olvidadizo y me doy cuenta de que en la vejez, es más lo que olvidamos que lo que recordamos, pero gracias a Dios me las arreglo para no olvidar lo verdaderamente importante.

A través de los años mi corazón se ha partido muchas veces por la pérdida de un ser querido o por ver sufrir a uno de mis hijos.

Pero también sé, que las cicatrices del corazón son las que nos dan entereza, ánimo y fortaleza.

Dios me ha bendecido con una vida lo suficientemente larga como para ver mis canas y para darme cuenta de que llegar a esta etapa no es tan malo como quizás pensamos cuando somos jóvenes.
Si sabemos aprovechar el poco tiempo que nos queda, cada día puede tener algo especial y además ya no tenemos esos compromisos rutinarios que nos impedían disfrutar de un amanecer o el canto de los pájaros.

“Por eso, mientras esté aquí, no voy a perder el tiempo lamentándome por quien pude haber sido o por lo que no pude hacer. Seguiré disfrutando, cada día y cada minuto, como si fueran los últimos”

No hay comentarios.:

Publicar un comentario